Hoy es una tradición perdida, pero no por eso se escapa de mi memoria la imagen de todos aquellos hombres que salían el día de la fiesta armados con sus ramilletes de petardos voladores.
No me gustaban, de verdad que no y lo pasaba fatal cada vez que oía el arrancar de esa mecha recién encendida que mandaba al pobre cohete a ninguna parte. Explotaban en el cielo en una burda imitación de lo que todo cohete de feria quisiera ser. Nada de colores, ni espectáculo. Sólo una ridícula mancha de humo quedaba en el aire y una varilla incandescente a la deriva de vuelta a la tierra.
¿Dónde caería la varita? Esa era la cuestión que me obsesionaba.
Que sí, que una vez que caía todo estaba controlado pero mientras tanto mirabas hacia arriba siguiendo su trayectoria no fuese a provocar un incendio en un corral o te cayese encima y recibieses el ataque rencoroso de la varilla todavía con chispa.
No digamos cómo me sentía cuando el cohete se extraviaba nada más salir de las manos de aquel papá orgulloso de las fiestas de su pueblo, que se despistaba entre sangrías y músicas y sin controlar el pulso mandaba al rabioso polvorín en dirección contraria a la deseada, abriendo vuelo raso entre los vestidos de fiesta y los maltrechos tacones de las mujeres que intentaban seguir al Santo en su recorrido por el pueblo.
Don Manuel, el cura polémico, los resacosos mozos de ramos, las mozas lozanas, el Espíritu Santo a hombros de los fieles lugareños; toda la comitiva bajo el sol concentrada en su devoto caminar mientras yo con mi traje de comunión arreglado para la ocasión buscaba refugio en las faldas de mi madre y me tapaba los oídos mirando de reojo a ver si alguien me hacía una seña de traca final que me devolviese al ritmo de la procesión y el convite.
Contaba los segundos que pasaban entre cohete y cohete.
¡Pum, pum, pum! un-dos-tres-cuatro-cinco-seis-siete, ¡pum!, un-dos-tres-cuatro, ¡pum!, un-dos-tres, ¡pum,pum, pum!
Estábamos en pleno apogeo. ¡Pero a quién le gusta esto, Dios mío!
Para mí era una penitencia, ¡Qué mal rato pasaba! pero el que no me gustasen los cohetes sin colores es simplemente una anécdota más sacada del baúl de los recuerdos de mi infancia en el pueblo. No había nada que acabase con la emoción de esos días de fiesta, que coincidían con los últimos del verano.
¡Pum!, un-dos-tres-cuatro-cinco-seis-siete-ocho-nueve-diez-once-doce, ¡Pum!, un-dos-tres,cuatro-cinco-seis-siete-ocho-nueve-diez-once-doce-trece-catorce-quince-dieciseis, diecisiete, dieciocho, diecinueve y...¡Pum-pum-pum!
Mientras contaba los interminables segundos que pasaban entre uno y otro ¡Pum!, hacía fotos con mi cámara. Una de esas máquinas con carcasa de plástico y lente de culo de botella, que sacaban imágenes de pésima calidad pero que hoy sirven para recordar entre risas esos días que se tiñen de color sepia por el paso del tiempo.
¡Pum-pum-pum!
Cuando después de uno de estos tríos de explosiones incoloras pasaban minutos y no segundos, era que la cosa se iba acabando.
La procesión llegaba a la puerta de la iglesia y un explotar de cohetes en cadena marcaba el fin del tiempo de rezos. Entonces, el Espíritu Santo volvía a su nido y la procesión se disolvía convirtiéndose en una manifestación de risas hambrientas que saciaban su apetito con las viandas típicas de la tierra que se repartían en la plaza. Todos los habitantes del pueblo participábamos en un agradable convite en el que no faltaba la sangría.
¡Pum- pum-pum!...Y dale con el pum!!!!
Las bandejas de embutido se iban quedando vacías, ya sólo faltaban los dulces y las pastas que indicaban que el aperitivo se acababa.
Habían pasado ya algunos minutos desde el último ¡Pum!, esto quería decir que con un poco de suerte iba a poder tomarme tranquilamente una pastita. Sobre todo me gustaban las galletas de vainilla. ¡Uhhhmmm, me encantaban!
¡Cómo me gusta que no se haya perdido esta costumbre y que sigamos celebrando el verano entre risas, jamón, dulces, dulzainas y sangría! ¡Cómo me gusta esperar el momento del pilón, de las fotos de grupo, de las guerras de agua...!
¡Pum-pum-pum! ¡Cómo me gusta el sonar de esos cohetes en el silencioso recordar de quien un día los tiró!
¡Cómo me gustan las fiestas de La Hoya!