jueves, 22 de diciembre de 2011

Un calbote muy tierno

Tengo un baúl imaginario  en el que guardo mi color preferido, canciones especiales, olores evocadores y palabras mágicas. Hoy saco de mi baúl la palabra calbote para despedir el otoño, este primer día de invierno.

calbote: castaña asada (según el diccionario de la Real Academia Española)

Es obvio que me gustan las palabras y jugar con ellas. Cuando alguna me llama la atención me la guardo para utilizarla en el momento adecuado. Podría dedicarle unas líneas al juego entre calbote y calvete, por aquello de la similitud ortográfica pero en mi vocabulario personal calbote significa mucho más que castaña asada, es una palabra entrañable. Para el recuerdo.
Un día de un otoño del siglo XX fui a La Hoya en el puente de Todos los Santos, fecha de castañas por excelencia. Hacía frío pero los días eran bonitos y en el pueblo se respiraba tranquilidad. Las tardes pasaban lentas y no había mucho que hacer más que buscar compañía al calor de alguna chimenea. Por las calles ni un alma. Abrigada hasta las orejas llegué al bar. El silencio de la calle se convirtió en bullicio al abrir la puerta.  Un montón de caras conocidas coloradas por el vino, el aire frío y rudo de la montaña y ahora también por el calor de la estufa de hierro, me saludaron con una sonrisa pasmada. Eran los hombres del pueblo que pasaban el tiempo asando unas castañas típicas de la zona.
La primera reacción al verme por allí fue de sorpresa. No era habitual  que los de la capital nos dejásemos ver en noviembre.  La segunda fue invitarme a un calbote.
-¿un qué? pregunté yo
-un calbote, una casataña asada. Aquí se llaman así, me dijo Avelino
-no tenía ni idea. ¡qué bueno! calbote, calbote, calbote. Me repetí una y otra vez para que no se me olvidase nunca
Me comí uno, que Avelino me ofreció de su mano curtida por el duro trabajo del campo.
Nada hacía presagiar que esta palabra se me clavaría a fuego más allá de la memoria.
Había aprendido una palabra nueva y me la había enseñado un lobo de pura raza: Canoso, mas bien bajo, amable, padre de dos hijos, marido de una mujer tranquila. Avelino se llamaba y fue la última vez que le vi. La sinrazón de unos disparos, unos meses después, se lo llevó para siempre, con sus hijos, dejando a su mujer y al pueblo entero sumido en un escalofriante e inolvidable aullido.*
Sirva este cuento de otoño para recordar a los que ya no están ahora que llega la Navidad.

¡¡¡Aaauuuuuu!!!



*Este espeluznante y triste capítulo de la historia de La Hoya tendrá su momento. 

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