lunes, 24 de agosto de 2015

QUERIDO DON PILÓN

Dicen que quien tiene un amigo, tiene un tesoro.
Yo tengo un tesoro lleno de amigos con quien compartirlo: Es mi pueblo. 
Y una de sus joyas es un pilón que nos da agua fresquita y que por su paciencia y buen hacer se ha convertido en una figura imprescindible entre mi gente de La Hoya.

Es tan especial para mí este pilón de hierro y piedra que en mi imaginación le he otorgado personalidad propia y le he convertido en todo un personaje. Don Pilón, se llama mi protagonista, que no ha parado de sonreírme desde niña.

¿Quién podría no querer a quien le ha dado de beber día tras día cuando el agua corriente no había entrado aún en las casas y hoy sigue ahí esperando a que nos reunamos a su alrededor para vernos a todos juntos año tras año?

A mediados de los 70 cuando yo rondaba los siete y él llevaba unos quince años ya en el pueblo, nos conocimos de cerca. Aprendí a beber el agua fresca que, por aquel entonces, manaba a borbotones de su caño. Tuve la suerte de ver como las vacas, que cruzaban cada día el pueblo, bebían también en sus dos pozas llenas de limos verdes y pastosos que les sabían a gloria cuando iban a pastar o venían con sus panzas llenas después de un día de comilona para ser ordeñadas y darnos la leche del desayuno.

Un día de aquellos felices años de mi infancia, mi madre, o mi abuela, o quizás las dos, me mandaron a por agua a la fuente; por fin consideraban que mi corta edad era suficiente para encomendarme tan noble e imprescindible tarea cotidiana.

Me dieron el botijo, otro gran personaje de la época, y crucé la puerta de doble hoja de madera verde que tenía la casa de mi abuela. Enfilé por la calle empedrada muy ufana y con sumo cuidado para traer el agua para beber en la comida.

Con mi botijo iba yo tan contenta hasta que un tropezón en las Carretas me hizo caer al suelo y adiós al botijo, al agua de la fuente y al que iba a ser el primer encuentro responsable entre Don Pilón y yo. La rodilla me empezó a sangrar y allí comenzó mi drama de niña ese día en el que todo se rompía. Tres veces lo intenté, pero se rompió el botijo, la jarra de duralex y hasta un jarroncillo de cristal con cisnes dibujados que nunca salía de la vitrina y que ese día también se hizo añicos. ¡Pobre abuela Josefa, era su preferido! ¡¿Por qué no me darían una jarra de plástico o una olla de aluminio, digo yo?! Ese día, se frustró mi ir a por agua a la fuente y de recuerdo me quedó una cicatriz de la herida que me hizo el barro roto del señor botijo.

Pero Don Pilón esperó mi visita al día siguiente y luego vinieron muchas más. Pasaron los años, se cerraron las regaderas, las calles se asfaltaron y las casas tienen agua corriente entre otros muchos adelantos que han ido modernizando el pueblo; pero no ha pasado un verano en el que yo no haya bebido y disfrutado de su agua. Sé que la fuente de abajo es más vieja que Matusalén y tiene el agua más fría; me gustan sus caños como todo lo que hay en mi pueblo pero a Don Pilón me unen muchos momentos que forman parte de mis historias veraniegas.

Hoy por hoy, cada vez que paso por el pueblo, ya sea verano o invierno, bebo un sorbito de ese caño, que hay veces que dan ganas de estrujarle para que caiga un poco más de agua. Es mi propia tradición. Algo así como: “Si no bebo, no vuelvo” y ya me conocéis… ¡Vamos que si vuelvo!
Así que yo no me voy sin mi sorbito a pesar de que ahora mi viejo amigo tiene un cartel de “Agua no tratada”.

Qué simpático es usted, Don Pilón, que siempre está dispuesto a jugar con los niños, a dejarles que salten de lado a lado vigilando que no se caigan, aunque los remojones sean inevitables. “No se preocupe Don Pilón, usted no tiene la culpa. Son cosas de chiquillos y es sólo agua. Los pequeños lloran del susto pero si no se hacen daño, repiten”. Es un juego divertidísimo lo de mojarse en sus bañeras de piedra

Las guerras de agua, sabe usted que se convirtieron en tradición hace ya muchos años. Nos hemos tirado globos y cubos de agua y nos hemos tendido emboscadas subiendo incluso por los tejados de las casas para mojarnos unos a otros, pero mi momento preferido es ese de “¡Al pilón, al pilón, al pilón!

“¡¿Otra vez vienes mojada, hija?!”, decía mi madre, que a la cuarta vez de cambio de ropa ya no se sorprendía. Creo incluso que le divertía verme empapada una y otra vez. No tenía sentido enfadarse, yo estaba feliz así que ella también lo estaba.
¡Qué risa, reconozco que todavía me lo paso bomba!

Muchas gracias, Don Pilón, por servir de lavadero de coches, de frigorífico para sandías y melones,
de lavadora y lavavajillas cuando no existían, de piscina municipal si el tiempo acompaña y de baño público tras la moderna fiesta de la espuma que hace las delicias de la chiquillería.

Perdone usted si alguna vez le hemos molestado de noche o si la pereza ha hecho que tardemos en limpiarle, pero sepa que le queremos y que nos gusta su compañía. Este año está usted impresionante, viejo amigo. Su agua clara con su fondo maquillado de azul clarito me lleva hasta las transparentes aguas del Caribe. Ya sé, ya sé que estamos en plena sierra de Béjar. Será el cariño que siento por mi pueblo lo que hace que mi imaginación vuele hasta otros paisajes paradisíacos, que le aseguro que en estas fechas no echo de menos.

Qué simpático Don Pilón que nos aguanta mientras nos colocamos para hacernos la foto del año que marca el fin del verano. Sin duda es usted el más fotogénico de todo el grupo, el que mejor se conserva y siempre sale guapo.

Gracias por contarle a nuestros hijos que es bonito jugar con usted. Es usted muy amable, Don Pilón, por dejarnos compartir chapuzones festivos con esos amigos que hemos crecido saboreando el pueblo a ritmo de amistad y juegos en la infancia y de botellines, conversaciones, experiencias, risas y tristezas desde la juventud; y que ya maduritos seguimos disfrutando de sus aguas para celebrar que un año más hemos sido felices en el pueblo.

Sí, amigo Don Pilón, puede que no todo el mundo disfrute del placer de divertirse tirándose al agua y hay que respetarlo, pero no esté triste; su agua es un agua lleno de vida que nos recuerda a quienes elegimos compartir con usted unos chapuzones, que tenemos un tesoro y que usted es una joya. Por favor, no deje de mojarme nunca.

Querido Don Pilón, encantada de conocerle.

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