Yo tengo un tesoro lleno de amigos con quien compartirlo: Es mi pueblo.
Y una
de sus joyas es un pilón que nos da agua fresquita y que por su paciencia y
buen hacer se ha convertido en una figura imprescindible entre mi gente de La
Hoya.
Es
tan especial para mí este pilón de hierro y piedra que en mi imaginación le he
otorgado personalidad propia y le he convertido en todo un personaje. Don
Pilón, se llama mi protagonista, que no ha parado de sonreírme desde niña.
¿Quién
podría no querer a quien le ha dado de beber día tras día cuando el agua
corriente no había entrado aún en las casas y hoy sigue ahí esperando a que nos
reunamos a su alrededor para vernos a todos juntos año tras año?
A mediados de los 70 cuando yo rondaba los siete y él
llevaba unos quince años ya en el pueblo, nos conocimos de cerca. Aprendí a
beber el agua fresca que, por aquel entonces, manaba a borbotones de su caño.
Tuve la suerte de ver como las vacas, que cruzaban cada día el pueblo, bebían
también en sus dos pozas llenas de limos verdes y pastosos que les sabían a
gloria cuando iban a pastar o venían con sus panzas llenas después de un día de
comilona para ser ordeñadas y darnos la leche del desayuno.
Un
día de aquellos felices años de mi infancia, mi madre, o mi abuela, o quizás
las dos, me mandaron a por agua a la fuente; por fin consideraban que mi corta
edad era suficiente para encomendarme tan noble e imprescindible tarea
cotidiana.
Me
dieron el botijo, otro gran personaje de la época, y crucé la puerta de doble
hoja de madera verde que tenía la casa de mi abuela. Enfilé por la calle
empedrada muy ufana y con sumo cuidado para traer el agua para beber en la
comida.
Con
mi botijo iba yo tan contenta hasta que un tropezón en las Carretas me hizo
caer al suelo y adiós al botijo, al agua de la fuente y al que iba a ser el
primer encuentro responsable entre Don Pilón y yo. La rodilla me empezó a
sangrar y allí comenzó mi drama de niña ese día en el que todo se rompía. Tres
veces lo intenté, pero se rompió el botijo, la jarra de duralex y hasta un
jarroncillo de cristal con cisnes dibujados que nunca salía de la vitrina y que
ese día también se hizo añicos. ¡Pobre abuela Josefa, era su preferido! ¡¿Por
qué no me darían una jarra de plástico o una olla de aluminio, digo yo?! Ese
día, se frustró mi ir a por agua a la fuente y de recuerdo me quedó una
cicatriz de la herida que me hizo el barro roto del señor botijo.
Pero
Don Pilón esperó mi visita al día siguiente y luego vinieron muchas más.
Pasaron los años, se cerraron las regaderas, las calles se asfaltaron y las
casas tienen agua corriente entre otros muchos adelantos que han ido modernizando
el pueblo; pero no ha pasado un verano en el que yo no haya bebido y disfrutado
de su agua. Sé que la fuente de abajo es más vieja que Matusalén y tiene el
agua más fría; me gustan sus caños como todo lo que hay en mi pueblo pero a Don
Pilón me unen muchos momentos que forman parte de mis historias veraniegas.
Hoy
por hoy, cada vez que paso por el pueblo, ya sea verano o invierno, bebo un
sorbito de ese caño, que hay veces que dan ganas de estrujarle para que caiga
un poco más de agua. Es mi propia tradición. Algo así como: “Si no bebo, no
vuelvo” y ya me conocéis… ¡Vamos que si vuelvo!
Así
que yo no me voy sin mi sorbito a pesar de que ahora mi viejo amigo tiene un
cartel de “Agua no tratada”.
Qué simpático es usted, Don Pilón, que siempre está dispuesto
a jugar con los niños, a dejarles que salten de lado a lado vigilando que no se
caigan, aunque los remojones sean inevitables. “No se preocupe Don Pilón, usted
no tiene la culpa. Son cosas de chiquillos y es sólo agua. Los pequeños lloran
del susto pero si no se hacen daño, repiten”. Es un juego divertidísimo lo de
mojarse en sus bañeras de piedra
Las
guerras de agua, sabe usted que se convirtieron en tradición hace ya muchos
años. Nos hemos tirado globos y cubos de agua y nos hemos tendido emboscadas
subiendo incluso por los tejados de las casas para mojarnos unos a otros, pero
mi momento preferido es ese de “¡Al pilón, al pilón, al pilón!
“¡¿Otra
vez vienes mojada, hija?!”, decía mi madre, que a la cuarta vez de cambio de ropa
ya no se sorprendía. Creo incluso que le divertía verme empapada una y otra
vez. No tenía sentido enfadarse, yo estaba feliz así que ella también lo
estaba.
¡Qué risa, reconozco que todavía me lo paso bomba!
Muchas
gracias, Don Pilón, por servir de lavadero de coches, de frigorífico para
sandías y melones,
de
lavadora y lavavajillas cuando no existían, de piscina municipal si el tiempo
acompaña y de baño público tras la moderna fiesta de la espuma que hace las
delicias de la chiquillería.
Perdone usted si alguna vez le hemos molestado de noche o
si la pereza ha hecho que tardemos en limpiarle, pero sepa que le queremos y
que nos gusta su compañía. Este año está usted
impresionante, viejo amigo. Su agua clara con su fondo maquillado de azul
clarito me lleva hasta las transparentes aguas del Caribe. Ya sé, ya sé que
estamos en plena sierra de Béjar. Será el cariño que siento por mi pueblo lo
que hace que mi imaginación vuele hasta otros paisajes paradisíacos, que le
aseguro que en estas fechas no echo de menos.
Qué simpático Don Pilón que nos aguanta mientras nos
colocamos para hacernos la foto del año que marca el fin del verano. Sin duda
es usted el más fotogénico de todo el grupo, el que mejor se conserva y siempre
sale guapo.
Gracias
por contarle a nuestros hijos que es bonito jugar con usted. Es usted muy
amable, Don Pilón, por dejarnos compartir chapuzones festivos con esos amigos
que hemos crecido saboreando el pueblo a ritmo de amistad y juegos en la
infancia y de botellines, conversaciones, experiencias, risas y tristezas desde
la juventud; y que ya maduritos seguimos disfrutando de sus aguas para celebrar
que un año más hemos sido felices en el pueblo.
Sí,
amigo Don Pilón, puede que no todo el mundo disfrute del placer de divertirse
tirándose al agua y hay que respetarlo, pero no esté triste; su agua es un agua
lleno de vida que nos recuerda a quienes elegimos compartir con usted unos
chapuzones, que tenemos un tesoro y que usted es una joya. Por favor, no deje
de mojarme nunca.
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